Desde 1992
había acumulado un GRAN PODER dentro
del Real Betis Balompié pero en los últimos tiempos la jueza Alaya lo traía por
la calle de LA AMARGURA. Él, que
había conseguido la RESURRECCIÓN de
los verdiblancos cuando los sevillistas ya estaban con los cohetes preparados.
Él que había conseguido llevar LA PAZ
a un Consejo hasta entonces inestable. Él que había logrado que hasta
LOS PANADEROS se manifestaran
orgullosos en favor de su equipo. Él, que lo había dado todo hasta LA EXALTACIÓN, veía ahora como era
obligado a sufrir un CALVARIO y a
tener que mantenerse en EL SILENCIO
más absoluto.
Mirando a la
calle Jabugo desde la ventana de su despacho recordaba con nostalgia aquellos
tiempos en los que SIETE PALABRAS suyas
bastaban para enaltecer con PASIÓN a
todos los béticos que le mostraban su AMOR
incondicional y que sin embargo cambiaron para pasar a preferir tenerlo en un MUSEO antes que en el palco del estadio
que llevaba su DULCE NOMBRE, que él
mismo había construido con sus manos hasta EL
BUEN FIN (bueno, a medio fin) y cuya denominación le habían DESPOJADO.