MICHEL PAVON

A las tantas de la madrugada y con alguna copa de más se suelen preguntar muchas tonterías. A mí una vez me preguntaron a dónde iría si me dieran un Delorean, ¿a matar a Hitler? ¿a evitar el gol de Puerta? ¿a comprar acciones de Windows? Yo pasé de todos esos manidos tópicos y dije que haría todo lo posible porque Napoleón hubiera triunfado en su invasión de la Península Ibérica.

Seamos sinceros, nos metemos mucho con los franceses, que si las bombas y los tirabuzones, que si sus guiñoles no tienen ni puta gracia, que si las tortillas francesas son peores que las españolas (aunque también sean españolas ya que se inventaron durante la Guerra de la Independencia contra ellos ya que debido al sitio no se podían conseguir patatas) pero, aunque duela reconocerlo, los franceses saben hacer las cosas mejor que nosotros, eso es así. Lo único malo de aquella invasión fue que pusieron a reinar a un borracho degenerado y enchufado, pero miren el Congreso y cuenten cuántos de sus miembros no pueden ser calificados con alguno de esos tres adjetivos, cuando no los tres.

En Francia, cuando las clases altas empezaron a tocar los huevos al pueblo y vieron que la monarquía lo único que hacía era comer pasteles en vez de pan tomaron todo por las bravas y cortaron la cabeza a los tumores de su sociedad (y de paso con aquella historia de fondo aparecieron grandes novelas y películas). Aquí el escrache es terrorismo. Desde entonces han sido una república próspera, bastante más próspera que nuestra castigada nación. Normal, allí si hay un problema se coge el toro por los cuernos et à la merde. Si esas cosas se hicieran aquí saldrían mil voces a favor, mil voces en contra y finalmente tendríamos una riña de gatos que no llevaría a ninguna parte. Aquí sólo cuenta arrimar el ascua a la propia sardina y hacer y decir lo que sea por mantener el cortijo que cuatro se han montado. Llamadme lo que queráis pero siento envidia. Que sí, que tienen sus problemas como todo el mundo y se quejarán, pero en la comparación no hay color, lo que pasa es que aquí somos mucho de “el Betis tiene tantos éxitos históricos como el Sevilla” o “el Sevilla no tiene nada que envidiar al Atlético de Madrid”.

Pero es que ni siquiera somos superiores a ellos en el deporte, señores. Cierto es que Induráin y compañía pasean por los Campos Elíseos a menudo vestidos de amarillo, que toda la familia de Nadal tiene un trofeo de Roland Garros en su casa, que en baloncesto acaban perdiendo los nervios de la impotencia y que en la última Eurocopa de fútbol les eliminamos sin despeinarnos, pero no hay que mirar sólo lo que nos interesa. Nunca hemos acabado por encima de ellos en el medallero de unos Juegos Olímpicos. En Barcelona 92 sacamos más oros pero ellos más medallas (22-29) y en los últimos, en plena edad dorada del deporte español, nos doblaron en preseas (17-34).

¿Más pruebas? Centrémonos en el fútbol. Pensad un poco en cuántos jugadores españoles han hecho el vaina en el campeonato francés. Si estrujamos los cerebros quizá encontremos cuatro o cinco. Ahora pensad en cuántos franceses de tres al cuarto han cobrado su buen sueldo de un equipo español. Por lo pronto en este blog ya hemos hablado de Casagrande, Dabo, los hermanos Dard, Pancraté, Thetís y Konko. Y eso que nosotros nos centramos en Sevilla únicamente. Imaginaros a nivel nacional la desmesurada cantidad de gabachos tuercebotas que han pisado nuestros terrenos de juego.

Los franceses saben que están por encima de los españoles. Duele decirlo, pero es así. Cuando tienes que dar algo de ropa a beneficiencia tú das la ropa que ya no usas, normalmente vieja y gastada. Quizá cuando te la compraste aquella camisa era la leche, te encantaba, te la ponías muchísimo e incluso quizá aportó su granito de arena para gozar de la paz que se esconde entre los muslos de una mujer, pero ya su tiempo pasó y es hora de mandarla al cubo de cartón que han puesto en el portal del bloque.

Es el caso que nos ocupa. Michel Pavon no fue ni de lejos un mal futbolista. Un buen mediocentro, con bastante técnica y buen toque, con una capacidad de liderazgo innata. Nacido en 1968 e hijo del también futbolista Pepito Pavón, debutó en la League 1 el día que cumplía 18 años, defendiendo la camiseta del Toulouse. Tras ocho años allí pasó a vestir los colores del Montpellier, donde sólo estaría dos temporadas, pero fueron suficientes para que acabara portando el brazalete de capitán.

En 1996 llega al Girondins de Burdeos, donde permanece hasta el año 2000, consagrándose como pieza fundamental del equipo en la conquista del título liguero de 1999, temporada en la que fue elegido mejor centrocampista del campeonato.

En el año 2000 llega al Betis, pero como ya hemos dicho, el equipo bordelés, franceses de pura cepa, no iba a dejar a los verdiblancos así como así a uno de sus mejores futbolistas. Pavon llegó al Betis con 32 años y muy castigado por varias lesiones. Al final de La Palmera no se puede decir que rindiera mal, ya que cumplió cuando jugó, pero la cuestión es que cumplió muy poco. Apenas había disputado diez partidos, todos como titular, cuando una grave lesión le mantuvo en el dique seco lo que quedaba de temporada. Aunque tenía otro año de contrato decidió que era mejor retirarse de la práctica del balompié. De esta forma concluyó su breve paso por nuestra ciudad. Desde entonces ha formado parte del cuerpo técnico del Girondins de Burdeos en varias etapas.

Michel Pavon fue una muestra más de que los franceses nos sacan años de ventaja. Es por ello, en vista de cómo nos está luciendo el pelo, que imitarles es una opción de lo más aconsejable. Coged el objeto plausible de ser utilizado como arma que tengáis más a mano y abridle la cabeza a un político o aristócrata. Será vuestro grano de arena para que España sea un país mejor.