Buenas y
elegantes tardes,
Alfonso Pérez
Muñoz era uno de mis más claros objetivos para una próxima entrada de nuestra
mimada sección de involución capilar. Tenía el material, tenía la idea,
repasaría un poco su carrera, sus goles
con el Betis y la selección,
como fue pionero con el calzado de color con sus míticas botas
blancas o como se cambió de chaqueta un poco indignamente
al afirmar que era del “Barça
desde pequeño” mientras analizábamos profundamente como su
cabellera iba
degenerando. Lo tenía todo, estaba casi hecho, lo tocaba con
las manos, pero de repente todo se esfumó. Se me fue.
¿Qué? ¿Cómo ha
podido suceder? Pues muy fácil, por culpa de un poderoso enemigo de esta
sección, el cual ya dejé caer en
mi anterior entrega: Los injertos capilares, esas malditas operaciones
que evitan que la naturaleza siga su curso y brindé un otoño capilar a los
hombres de determinada edad, privándonos de unas cuantas risas al ver calvos
que se
resisten a serlo con una espectacular ingeniería (e incluso
fantasía) del peinado.