Corría
el 10 de abril de 1984 cuando la señora Perquis dio a luz en la francesa
localidad de Troyes a un bebé muerto. Su esposo, temiendo las consecuencias
psicológicas que este desagradable hecho pudiera tener en su mujer, le ocultó
la verdad y sustituyó a su hijo por un niño huérfano de origen polaco,
ignorando que su hijo tenía origen satánico. El horror empieza cuando, en el
quinto cumpleaños de Damien, inesperadamente, su niñera se suicida y un sacerdote
que trata de advertir al cabecilla de los Perquis del peligro que corre, muere
en un inesperado accidente. Cierto era
que Damien era el típico chaval pesao
que no deja en paz a nadie ni un segundo, el típico niño que tu lo ves desde
fuera y dices “no veas el niño que coñazo”
pues no paraba quieto ni un segundo, se subía en las mesas, le derramaba los
botellines a la gente, le tiraba a los perros del rabo, se subía a los árboles…
un regalito, vamos pero su madre negaba que fuera malo y siempre lo defendía con clichés del tipo “No, es que mi niño es hiperactivo” o “es que mi niño es muy nervioso y necesita
mucha actividad” pero la verdad es que aquel infante rubito de ojos azules
lo que era es un prenda de los buenos, de los de carne de reformatorio.
El
creciente número de muertes hizo que el padre, por fin, se diera cuenta de que
el niño que habían adoptado era el Anticristo y que había que eliminarlo para impedir
que se cumpliera una terrible profecía, pero uno de los psicólogos a los que
acudió la madre en busca de ayuda intentando una última y desesperada salida (que confirmó
el diagnóstico de que el niño no era hiperactivo ni mierdas sino que era malo
de cojones. El mismísimo hijo de Satán, vamos) les convenció para que antes de
sacrificarlo intentaran que el crio se desfogara con la práctica de algún
deporte, así que lo apuntaron al fútbol en la escuela del equipo de su supuesta
localidad natal.